Literatura & Psicología

25.7.10

Al otro lado del espejo

Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas. Martes 20 de julio de 2010.

“A ver, ¿quién soy? –pregunta la pequeña Alicia, desde el fondo del pozo al que ha caído por ir persiguiendo al conejo blanco–, dime primero quien soy y luego, si me gusta serlo, subiré y, si no, me quedaré aquí abajo hasta que sea otra persona que me guste más”.

Cada vez que leo este pasaje del cuento de Carroll me imagino al fantástico roedor como el tiempo que pasa de largo reflejándonos, apenas, en la azogada superficie de sus pupilas.

Huidizo y ligero se nos escapa de las manos. Pero, si somos aventurados, posaremos el pie sobre la invisible fractura en el suelo de la realidad; se nos abrirá un mundo subterráneo donde el ayer, el ahora y el mañana confluyan. El sentimiento de extrañeza ante el Yo se nos revelará, precisamente, cuando hayamos descendido.

“Una persona es un proceso psíquico al que no domina, o sólo parcialmente”, dice Carl G. Jung en el prólogo de su autobiografía Recuerdos, sueños, pensamientos (Seix Barral, Barcelona, 2004; publicado originalmente en 1961).

A los ochenta y tres años, en un volumen de casi quinientas páginas, el psiquiatra suizo intenta explicar “el mito de su vida” a través del viaje interior. La única manera en que uno puede relatar su existencia es desde “adentro”. Nadie puede dar un juicio final de sí mismo ni de su vida, “para ello tendría que saber todo lo que la concierne, pero a lo más que llega es a figurarse que lo sabe”.

De esta premisa se desprende que somos excavadores de espejos. No terminamos, jamás, de construir mentalmente el mecanismo que nos conforma.

Por supuesto, hay espíritus proclives a ir hacia las profundidades del rostro. Contamos entre ellos a los escritores: una suerte de topos acostumbrados a cavar túneles en la oscuridad del pensamiento.

La novelista irlandesa Edna O'Brien menciona: “Es el precio de ser escritor. Nos acucia el pasado: el dolor, las sensaciones, los rechazos, todo […] Los médicos, los abogados y demás ciudadanos estables, no padecen de una memoria persistente”.

En la medida en que volvamos la mirada a la región de los recuerdos y las posibilidades –con la inocencia que nos hace formular las preguntas más elementales–, surgirá la tentativa por atravesar el espejo, salir de nuestro pozo, vestirnos o despojarnos del Yo como de un jubón.

¿Acaso no es la Palabra una red que envuelve la yoidad en medio de un país de maravillas, y el lenguaje un mago que convierte en presente lo que toca?

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