Literatura & Psicología

2.9.09

el dios adolescente

Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas. Domingo 30 de agosto de 2009

Su desnudez me inspira ternura, el suave antojo de una fruta nueva. Hermosos tatuajes adornan la piel arenisca. Su boca se entreabre. Su ancha nariz deja deslizarse el aire igual que un reptil. De pie frente a los siglos, parece a punto de revelarme algo; advertir, como un sueño, la palabra tiempo.

Se dice que es Quetzalcóatl (en su carácter de hombre huasteco y de sacerdote), que lleva en la espalda al Sol naciente. Quienes lo conocen le llaman “el Adolescente”.

Encontrada en Tamohi, San Luis Potosí, ésta es una de las esculturas más bellas del mundo prehispánico.

Observar al Adolescente me seduce y me inquieta. La naturalidad de su mano flexionada a la altura del pecho y ese otro rostro que lleva a cuestas. El misterio late en la fineza de sus glifos: aun cuando los significados emigren hacia nuestro lenguaje, sigue habiendo entre ellos y nosotros un espacio oculto, íntimo, inalcanzable.

En todo caso hay en el eterno joven de piedra un llamado a la fertilidad, un recordatorio de la vida agrícola, fundada en la domesticación del maíz.

¿No percibes, cuando estás frente a un monumento histórico, una suerte de oleada sacudiéndote los nervios? Recuerdo, por ejemplo, la primera vez que miré los ojos quietos y antiguos de una cabeza olmeca: la gravedad de tres milenios. El vértigo. La sensación de peso en el cuerpo. Ver al Adolescente, en cambio, me hace sentir una extraña levedad. El Universo se me revela bondadoso y feraz. La Vida emerge del Silencio y, sin desprenderse de su raíz, sobrevuela las horas.

Este núbil Quetzalcóatl nos hace pensar en los ciclos diarios de la existencia: nacimiento-muerte-renacimiento. ¿No es la agricultura el arte de comunicarnos con la Tierra, de hablar con ella acerca de nuestra propia renovación? Evoco, ahora, aquel verso de Emilio prados: “soñando y soñando, mi sangre labró un camino”.

Han transcurrido unos cinco años desde que visité al Adolescente en el Museo Nacional de Antropología e Historia, en la ciudad de México. Digno y sosegado, permanecía en la extensa área correspondiente a las Culturas del Golfo. Cuánto anhelo estar allí otra vez, respirar la mágica atmósfera que envuelve su figura, ¿qué tal si soltamos las amarras de nuestro espíritu y dejamos que los sueños aren la ruta precisa?

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