Literatura & Psicología

24.6.09

Por el camino a Jalpan

Publicado en La Razón. Tampico Tamaulipas. Domingo 21 de junio de 2009


El viaje fue por la tarde, en uno de esos días claros de octubre. Había amanecido en Xilitla, con el afán de pasarme el día caminando en sus calles luminosas. Pero hacía tiempo que deseaba conocer la huasteca queretana, de la que casi nunca oímos hablar. Pensé en una palabra: Jalpan.

Abordé el camión y, en contra de mi costumbre, me quedé dormida apenas recargué la cabeza en el respaldo de mi asiento, junto a la ventanilla. En las manos llevaba la cálida vibración que nos deja una atmósfera limpia, donde palpita el azul intenso y se respira un olor a hierba fresca.

Un suave cosquilleo me hizo abrir los ojos. Entonces vi la sierra, su largo espinazo de cinabrio. Las nubes que descendían de su húmedo reino a las quietas montañas. Nubes como escaleras por donde trepaba la luz. Nubes como algodones que envolvían las vértebras de piedra del País Serpiente.

La sinuosa carretera iba alcanzando cada vez mayor altura a lo largo de la cordillera, lo que me daba la perspectiva de un ave en pleno vuelo. Las cumbres minerales se asomaban a la eternidad, una tras otra, y otra y otra. Impasibles. Calladas. Antiguas.

Recordé la primera vez que apunté mi telescopio hacia las Pléyades. La exactitud de aquellos puntos brillantes sobre una alfombra negra. Ordenados en hileras que parecían infinitas. Gigantesco tablero del Cosmos. Así, en aquel momento, la Sierra Gorda.

Ya en Jalpan escucharía el gemido del aire al golpear los madroños. Las voces del viento al agitarse entre las montañas. El rumor de los siglos estrellándose contra las rocas.
Mis pupilas se sumergieron en el paisaje, olvidadas del cuerpo que las contenía. La mujer que había subido a un autobús, una mochila verde al hombro y un suéter amarrado a la cintura.

Supongo que los demás pasajero recorrían muchas veces el mismo rumbo. Sus rostros lucían serenos, mudos, casi inalterables. Algo había en ellos de la quietud milenaria de la Sierra. Algo se quedó, también, sobre mi piel.

Llegué a mi destino cuando el Sol empezaba a enrojecer el horizonte. Arribaba, no desde un lugar en la tierra, sino desde las profundidades de un sueño. Mañana continuará la travesía, me dije. ¿Querrás acompañarme?

1 comentario:

  1. Aquellos que hemos vivido una dulce travesía por esos lares de fantasía, entendemos el conjunto de palabras con que describes los escenarios, para quienes no han tenido tal dicha, las palabras dibujadas en estas líneas de texto provocaran ansias por llegar a conocerlo y vivirlo también, gracias por compartir estas imágenes de México que tanto hace falta para engrandecer nuestro país.

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