Literatura & Psicología

10.6.09

Los días invertebrados

SUCESO CASI MEMORABLE



Rintrah ruge y sacude sus fuegos en el aire opresor.
Nubes hambrientas oscilan sobre el abismo.

William Blake



Preludio
Palabras… una horda de palabras. Abejas dando vueltas en mi cráneo. Ningún resquicio para ver la luz y convertirse en Letra. La computadora encendida. La pantalla en blanco. Silencio. ¿En qué lugar extravié los remos del lenguaje?

Si los insectos de mi cabeza absorbieran, por fin, el néctar de las flores verbales, qué grandes metáforas endulzarían la mañana, qué gran ensayo acerca del Espíritu, del amor como caldera hirviente en la maquinaria del mundo.

¿El amor?...

Sólo hay quietud en este reino doméstico. Echado sobre un mueble de pino igual que un féretro, me observa el televisor mudo, sereno, impávido; desde hace dos años lo único que proyecta su ojo convexo es el fantasma de la estática.

Mi hijo no sabe de conceptos, reclama el calor y la humedad del seno. Clic. Oscuridad. Silencio.

Lunes 27 de abril. 
Un vientecillo pardo aletea en la Plaza de Armas. Improvisados letreros en hojas de papel corriente puntualizan “higiene”, “gripe”, “salud”. Remolinos de muchachos pululan, sediciosos, entre calles asoleadas. ¿De dónde salió esta especie de zombis con medio rostro cubierto de azul?

“Sólo Dios puede salvarnos –una anciana de ojos saltones roza mi hombro–, pídale a Dios que su bebé no se contagie”.

Todos, sin duda, han enloquecido. ¿Qué le pasó a Tampico mientras la realidad se comprimía entre los sosegados muros de mi apartamento? ¿Habré llegado, como en mis peores pesadillas infantiles, a un universo paralelo donde un extraño parásito infecta el cerebro de las personas y hace que empiecen a devorarse unas a otras? Como sea, lo más sensato es regresar a casa.

Enciendo la radio, mi pequeño surtidor de noticias: invisible y despiadado camina sobre la Tierra el Ángel de la Muerte, el mismo que en tiempos de Moisés acabó a los primogénitos egipcios, que en el Medioevo echó 25 millones de almas al costal de la peste negra y recién entrado el siglo XX se llevó, triunfal, a otros tantos con el cuerpo atascado de fluidos.

¿Qué decía el señor Hawking sobre la superposición de historias posibles? Y aquello de las realidades alternas. Al abrir la puerta aumento el número de variables que afectan mi futuro, y el futuro de todos los universos donde existen otras versiones de mí –si fuera un físico teórico obsesivo creería que la Marisol de algún alter mundo acaba de ingresar a un hospital con los pulmones hinchados.

Martes 28 de abril. 
La Avenida Primero de Mayo está menos transitada que de costumbre. No veo por ningún lado la llave, la palanca, el cincel capaz de liberar el texto atrapado en mi cabeza. La fe. La fe como base del espíritu. El misterio como alimento de la fe. ¿Hay misterios en esta época? Por eso te has quedado sola, por ver misterios donde nadie más los ve.

Un tímido estornudo y Haku se frota la nariz. En el solitario estanquillo los periódicos rezuman el olor de la muerte. Me echo al bolso la más reciente edición de Letras libres: “Si Dios no existe”. Siento la proximidad del Vacío. ¿Acaso se dirige a algún lado el Yo cuando las neuronas finalizan su acto biológico? La palabra Pandemia. Una fibra muy íntima me dice que no puede estar ocurriendo. Me anega la misma sensación de incredulidad que, cuando niña, murió en mis manos un ave y, ya en la orilla de mi adolescencia, un árbol muy amado. ¿Cómo puede algo, en un instante, dejar de ser?

Haku se repliega contra mi pecho como planta trepadora. Miro de soslayo los coches, las paredes, el cielo. Densas nubes flotan en la atmósfera. De pronto me arde la garganta.

Llego a casa con urgencia. Voy al cajón de mi archivero: sí, hay suficiente amoxicilina.

Miércoles 29 de abril. 
El mediodía tarda en llegar; finalmente aterriza en mi ventana como un pájaro ebrio.

Observo la lenta respiración de mi hijo, la luz oblicua sobre sus párpados cerrados. El sol me hiela los huesos. Ráfagas de incertidumbre. Reverbero aquel dolor cuando Haku era un bultito de seis milímetros en mi vientre y los calambres no se iban, y la matriz no dejaba de sangrar. Una caída. Los mareos. El aire salado… Un delgadísimo filo en la boca del estómago.

Mi teléfono pronto estará en coma. Una línea roja se extingue lentamente en la pantalla. Vibra una voz familiar en la bocina: “Nuestro país es un circo, somos protagonistas de una gran comedia”. Mario desconfía de todo (o casi). Vendrá a verme mañana.

El color rojo se evapora.

Silencio.

Mis dedos van hallando su ritmo –por fin– en el teclado de la computadora. “Las masas están sedientas de virtud y depravación, de belleza y fealdad, de placer y tormento. Se les vende fácilmente cualquier cosa”.

Exploro la edición de Letras libres, las anotaciones que hice ayer en los márgenes de las hojas, lo que dice Weinberg sobre la posibilidad de un mundo sin Dios. A la ciencia no le hace falta lo sobrenatural para entender el Cosmos.

¡Vaya! Creí que Dios no era sobrenatural sino la naturaleza misma; las leyes físicas, sus manifestaciones cotidianas.

Dios es el Orden; las galaxias, neuronas de su titánico cerebro.

“Este colosal intelecto –apunto– nada tiene que ver con nuestros temores y deseos: pecado y virtud; Paraíso e Infierno; el anhelo de inmortalidad, la zozobra ante el fin de la conciencia”.

El señor Weinberg dice no entender “esa suerte de espiritualidad” descrita como “un sentimiento de comunión con la naturaleza o con toda la humanidad, y que no implica creencias específicas en torno a lo sobrenatural”. Yo, en cambio, no logro comprender otra espiritualidad que no sea la correspondencia con Natura y el desarrollo elevado de la capacidad de amar.

¿Qué la idea de Dios es contraria a la razón? ¿Pero, no es Dios el gran matemático?

Jueves 30 de abril. 
La presencia de Mario llena de luz la casa. Me gusta la forma en que su hija entra despacio, sin saludar, mirándome de reojo con una media sonrisa; se está recuperando de una gripe, lejos de los hospitales, por supuesto (no es agradable que otros conviertan a nuestros hijos en estadísticas).

A Haku le complace tener a quien arrojarle su pelota –que en realidad no es pelota, sino un globo terráqueo hecho de cartón.

Mientras los niños cambian la órbita del planeta, mi hermano y yo deambulamos entre las ideas. Que por qué el ser humano necesita del mito para sobrevivir, que si el germen de la credulidad brota de las religiones; que no era el Ángel de la Muerte sino el Ángel del Absurdo –con el permiso del señor Poe–, ¡qué virus más peligroso es la ignorancia!, y nuestros gobernantes no parecen muy interesados en vacunarnos contra ella.

Durante una hora y media construimos una sociedad sin presidentes, sin iglesias, sin sacerdotes, sin dogmas, sin miedos, sin influenzas.

El amor (decimos).

La próxima vez, frente al teclado, escribiré que el amor es lo único que puede sostener con dignidad nuestra existencia. “El amor, en un ciclo vital con el Conocimiento, nos conduce a la aceptación de la vida.” ¿Pero qué es la Vida? Dolor, placer, encuentro, soledad, disolución.

Antes de que el globo terráqueo anote un gol en la eternidad haré la pregunta: ¿por qué tenemos religiones si no porque nos resulta insoportable la idea de estar solos, de despojarnos, algún día, de nuestra conciencia individual?

Al abrir la puerta, Mario deja que la luz se le desmorone de la piel hasta quedar regada en el suelo como un polvo turquesa. Mi sobrinita va detrás. Un zumbido aguijonea mi pensamiento. Haku, adormilado, manotea para alejar de mi frente a las etéreas abejas.

Viernes 1 de mayo. Un viento frío me mordió los labios en la madrugada. Una de esas pesadillas filmadas en tecnicolor, con muchas escenas fatigosas. Fornicaciones en celdas oscuras. Hombres mutilados arrastrándose como larvas. Lluvia de sanguijuelas en árboles rotos. Esos sueños donde te sientas en una butaca, mirando con náusea la pantalla de otra realidad, y no puedes cerrar los ojos ni cambiar la cinta.

No hay nada sobrenatural en ello. Ni en esas mujeres de tez blanquísima y rugosa que flotan en mi cabecera, ni en la otra Marisol que se desdobla en el muro, cubierta de raíces y polvo, a punto de despeñarse sobre…

Cof. Un zombi tapándose la boca, afuera. Mi ventana es el párpado de un circo monstruoso. El mecanismo de la civilización gira con sus oxidados engranajes de púas: coches, mercaderes, gatos, aviones, bultos de oro y más oro desperdigándose por las cloacas.

La Palabra. El Abismo.

“La Realidad es una bestia mitómana. ¿Quién puede domeñarla, cabalgar en su territorio con dignidad, transfigurarla, debatirla, exprimir los sentidos y el intelecto?”

Haku. Oigo sus mínimos resuellos. Con una mano ahuyento a los fantasmas que revolotean sobre su testa.

Otra vez la imagen de Dios.

Dios, el matemático. Dios, el ajedrecista. Dios, el políglota. ¿Cómo cantaba el Poeta? Nadie puede ser amigo del Dador de la vida…
Una sílaba arrebata el aire. Haku, en medio de la cama, sonríe. Sus dientes parejos del color de la Luna brillan con luz propia. Parece mirarme desde adentro de un espejo, en lo más hondo del océano, saber algo que yo jamás…

Lenguaje. Los fonemas se me deshacen entre los dedos. Haku. La electricidad sacudiendo una pantalla vacía. De nuevo vacía, como al principio. Tal vez el Universo sea sólo lenguaje. Un sueño de palabras. Una sed inmensa. El zumbido de abejas azules estrellándose en el polvo.


Cd. Madero, Tamaulipas. Mayo de 2009

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